De "La Perra Valiente"
Novecientos dieciséis,
también el cuatro de marzo,
murió La Perra Valiente,
la hicieron dos mil pedazos.
Murió La Perra Valiente
a las seis de la mañana,
con un máusser en las manos,
porque no se acobardaba.
En el sitio de Volcanes,
pasó ese combate cruel,
donde ascendió el mayor
Flores a teniente coronel.
En el sitio de Volcanes,
no me quisiera acordar,
fusilaron a La Perra
en la esquina de un corral.
Decía La Perra Valiente
cuando se miró rodeado:
-—No corra, mi general,
qué ¿no me mira sitiado?
El general, avanzando,
qué caso le había de hacer:
-—Defiéndete como puedas,
algún fin has de tener.
Decía el capitán Téllez:
-—¿No decías que eras valiente?,
querías conocer tu padre,
aquí lo tienes presente.
Dijo el capitán Téllez,
como él fué el que lo mató,
que después de estar herido,
el máusser le descargó.
Decía don Pedro Zamora:
-—La Perra ¿dónde estará?
Le contesta Catarino:
-—Ya se halla en la eternidad.
Decía Catarino Díaz:
-—Nos quieren hacer poquitos,
ya mataron a La Perra-,
pero quedan los perritos.
Decía Catarino Díaz,
quemando parque de acero:
-—Ya mataron a La Perra,
murió mi fiel compañero.
Decía don Pedro Zamora:
-—Salimos a Cuernavaca,
ya mataron a La Perra;
pero les queda La Urraca.
Decía don Pedro Zamora,
haciéndose hacia un corral:
-—Vamos haciéndoles fuego,
no a todos nos matarán.
Pantaleón Robles decía,
paradito en una laja:
-—Si ganaron o perdieron,
voy agarrando ventaja.
Salió don Pedro Zamora
con rumbo a la Lagunilla,
con diecinueve soldados
gritándoles: -—¡Viva Villa!
Ya con ésta me despido,
son recuerdos de la guerra;
aquí se acaba el corrido
de Saturnino La Perra.